Una realidad de hoy, el estrés como parte de nuestra rutina. El avance tecnológico nos ha traido comodidad y eficiencia en procesos de trabajo, prometiéndonos una mejor vida. A la vez, nos ha arrastrado a la transformación de algunas
Una realidad de hoy, el estrés como parte de nuestra rutina.
El avance tecnológico nos ha traido comodidad y eficiencia en procesos de trabajo, prometiéndonos una mejor vida. A la vez, nos ha arrastrado a la transformación de algunas costumbres que nuestros antepasados jamás hubieran conocido. Fue con la llegada del motor a nuestra rutina, cuando se abrió paso al incremento del sedentarismo.
No hay que irse demasiado lejos
La importancia que tuvo la revolución industrial a finales del siglo XVIII en Reino Unido, y principios del siglo XIX en otras partes de Europa se caracteriza por un cambio en las rutinas y las insalubres condiciones laborales. La salud de las personas pronto se vió afectada de manera negativa, dando lugar en un corto espacio de tiempo, a una mortalidad más prematura en aquellas que vivían en las ciudades, lugares donde solían estar sus trabajos, las fábricas.
Estas consecuencias no solo fueron debidas a las largas jornadas laborales, el agotamiento extremo o la contaminación de las ciudades. Existieron otros factores más extensos.
La cuestión simplificada fue que para conseguir los estándares en competencia a los que se aspiraba en aquel momento, tuvo que sacrificarse la calidad de vida de las personas obreras. Muchas de ellas venían de trabajos agrarios, al aire libre, en entornos naturales. No es de extrañar que este cambio mermara, y mucho, su esperanza de vida.
Aún así, todavía el sedentarismo que hoy conocemos no existía
Con la llegada del motor a las casas de familias incluso obreras a principios del S. XX, se empezaron a cambiar las caminatas por los coches u otros vehículos que aseguraban el recorrido de distancias más largas en un menor espacio de tiempo. Como curiosidad se registró el desarrollo del primer automóvil práctico en 1885, de la mano del ingeniero alemán Karl Benz. A principios del siglo XX había miles de automóviles circulando por carreteras europeas.
Otro ejemplo de cómo también han surgido a menudo soluciones con apariencia de comodidades tecnológicas, fue la implantación del ascensor. Su uso pronto reemplazó el hábito de subir o bajar escaleras, reduciendo poco a poco las ganas de continuar ejercitando el cuerpo.
Los esfuerzos tecnológicos se han centrado en optimizar el tiempo para aumentar el rendimiento económico. El mundo de los negocios lo tiene claro, el tiempo es dinero. Así siempre se nos promete que aliarnos con los avances tecnológicos nos hará ganar en eficiencia, seguramente incrementando nuestra competitividad. En aquel momento a principios del S. XIX, con la llegada de la revolución industrial a Europa, no fue muy diferente, y el resultado pronto se percibiría como la necesidad de vernos yendo cada vez más hacia la carrera. He aquí el precio de la evolución.
Inconscientemente o no, esto suponía aceptar el mensaje de que, para mantenerse a flote había que adaptarse al cambio, aunque el sacrificio que se exigía a la mayoría imperante, era el abandono de hábitos que beneficiaran a su salud física, mental y emocional. En momentos de la historia siempre han existido estas contrapartidas, el beneficio económico ha conllevado generalmente cierto coste en el bienestar de las personas.
La consecuencia que muchos expertos han señalado por el aumento del sedentarismo ha resultado en en un mayor número de casos significativos con cuadros de estrés, reconociendo también que esto ha afectado al desarrollo de otras patologías que han respondido por los desequilibrio en otros sistemas reguladores del cuerpo, como es el caso del sistema hormonal. Por fin cada vez más voces reconocidas de la medicina contemporanea, ponen el foco sobre el funcionamiento integral del cuerpo, recordando que todo en él está conectado.
Antiguamente las personas iban y volvían de sus trabajos generalmente a pie, como mínimo la caminata hasta el tranvía o el tren la recorrían. Esta parte de su rutina les permitía desfogar los nervios si habían tenido un mal día con jefes, patrones o compañeros de trabajo. Las reacciones químicas que les hubiera producido quedarse con esas emociones al no moverlas, algo que es más habitual de lo que parece en el contexto que vivimos actualmente, hubieran afectado de manera diferente a sus capacidades para gestionar esas energías dañinas y así se explica el desarrollo de según qué patologías asociadas al estado mental que se ven reflejadas en el organismo.
Los expertos en el tema coinciden en el beneficio de andar, como técnica que reduce la ansiedad, y mejora el estado de ánimo.
Caminar es una práctica que equilibra la tensión y minimiza el riesgo de padecer depresión o reduce sus efectos. No solo los problemas de obesidad se ven regulados, también las personas que padecer achaques de reumatismo mejoran.
Todo es empezar
Evidentemente, lo ideal es que caminar se convierta en un hábito. Cuando empezamos a practicarlo y obtenemos unos beneficios que consideramos superiores al esfuerzo que percibimos que hemos de realizar, en ese momento hemos ganado alguna batalla a favor de nuestra voluntad.
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