Los apegos pueden ser mis hijos, mi familia, mi casa, mi coche, mi vida y más mis Lo que creemos que es nuestro, realmente no lo es Cuando tenemos esto presente, gran parte del sufrimiento
Los apegos pueden ser mis hijos, mi familia, mi casa, mi coche, mi vida y más mis
Lo que creemos que es nuestro, realmente no lo es
Cuando tenemos esto presente, gran parte del sufrimiento que padecemos desaparece.
Generalmente vivimos con esa sensación de que necesitamos poseer cualquier cosa para ser felices. Nos apoderamos del deseo de tener algo o de creer que necesitamos conseguir la compañía o amistad de alguien. Esto nos encadena atándonos a una prisión de creencias que nos vende un aparente e ilusorio sentimiento de felicidad.
Cuanto más crece el apego por algo o por alguien, más grande es el miedo a perderlo: un coche, una vivienda, un negocio, el último modelo de teléfono inteligente, el dinero, la familia, y sigue, y sigue…
Nuestros hijos, nuestra pareja o nuestra familia, nuestros bienes materiales… no nos pertenecen. Disfrutamos con ellos, nos sentimos bien en compañía de seres queridos. La vida nos regala estas experiencias y nos ofrece la alegría que nos produce verles o acompañarles durante un tiempo. Hay que entrenar la generosidad para que llegado el momento, sepamos soltar.
Y soltar es más difícil de lo que parece.
- Soltar es confiar y dejar crecer, tanto física como emocionalmente.
- Soltar también implica permitir que alguien se marche porque sientes que es lo correcto para su ciclo vital.
- Soltar supone experimentar el dolor que se produce al ver cómo esa persona que te importa se ha equivocado, según tu punto de vista. Aún así, dejas que tome las decisiones que tú consideras erróneas porque son parte de la vida que desea vivir. Entiendes que tiene que hacerlo, le apoyas si es necesario, y estarás ahí para cuando te necesite, pero no interfieres. Simplemente observas desde afuera. Puede que le aconsejes, pero no fuerzas y permites que aprenda con su experiencia.
La sensación de pérdida se magnifica cuando se cree que alguna vez se ha poseído algo.
Aparece en escena el duelo. Este necesita un tiempo determinado para completar un proceso que tendrá por objetivo el cerrar esa herida abierta. Puede que llegue un momento en el que comprendamos que lo que creíamos haber perdido, en realidad, nunca nos perteneció. Que no tenemos el poder de controlar el destino de todo lo demás. Sabemos que no pudimos hacer más. Quizás en este instante, dejamos de culparnos o de buscar culpables.
Tarde o temprano el dolor cesará. Si no es así, entonces es el sufrimiento el que se instaurará como un virus en el regalo de la vida.
El apego genera una falsa sensación de felicidad.
El ego a menudo nos quiere engañar. Nos dice cómo tenemos que actuar según lo culturalmente establecido. Solemos tener claro cómo ser un buen padre o una buena madre, cual es el modelo del hijo o la hija perfectos, entre otros supuestos. Es curioso pensar en cómo cambiarían nuestras creencias si hubiésemos nacido en otra parte del mundo. Lo que está bien aquí está mal allí, y viceversa. La cultura siempre nos condiciona, nos impone ideas cuestionables.
Quien se apega demasiado puede sufrir la privación de su libertad. A veces, cuando uno de los extremos se rebela y quiere abandonar esta ligadura, entra en escena el chantaje emocional. La parte más acomodada hace servir este truco por desesperación y miedo a perder el control de la cadena.
En conclusión, ¿qué nos aporta el desapego?
Es un acto de generosidad, de humildad y de valentía.
- Quien suelta da por hecho que no está en sus manos controlar algunas situaciones.
- El que se desapega sacrifica su tranquilidad por el bien de la experiencia que la otra parte necesita vivir.
- Cuando se decide abandonar la cuerda se sale de la zona de confort, aparece la incertidumbre con situaciones nuevas o desconocidas, se acelera el aprendizaje vital y se entrena la capacidad de reacción, siempre tan espontánea.
- Es uno de los actos más grandes de amor que se pueden hacer por alguien. Se coloca el bienestar del otro por encima del propio.
El desapego enseña que lo que para unos vale, para otros quizás no.
No todos necesitamos lo mismo. Si aceptamos la idea de que somos diferentes, que nos pueden mover inquietudes distintas, sentimientos o pensamientos diversos y si aceptamos repetar estos aspectos en nosotros y en los demás, comprenderemos que nuestra felicidad la podemos encontrar al permitirnos ser auténticos y dejar que los demás sigan su camino.
Quizás lo más parecido a poseer algo ocurra cuando utilizamos la capacidad para retener en el recuerdo la experiencia vivida. Puede ser el disfrute compartido en momentos con aquellas personas, animales o cosas que nos importan. Tanto si creemos que nos suman y aportan felicidad, o nos restan y nos disgustan, serán parte de nuestra memoria.